Participación en el V Congreso Internacional de la Sociedad Académica de Filosofía «Razón, crisis y utopía» (La Laguna 2-4 de Febrero de 2011).
Introducción
¿Ha existido alguna vez el historiador benjaminiano? La figura del historiador o el camino para una historia que Benjamin dibuja en las Tesis ¿ha tomado consistencia alguna vez? ¿ha sido emprendido en algún lugar? ¿aún de algún modo? Si alguien, alguna vez, leyendo las Tesis sobre filosofía de la historia, si hiciera esta pregunta y, queriendo contestarla, elaborase la lista de quienes pudieran cumplir los requisitos, un nombre no debería pasarsele por alto. El nombre de Michel Foucault.
Walter Benjamin y Michel Foucault. El trapero y el archivista. Ambos manchados por el polvo gris que dejan sobre la ropa las cosas que, abandonadas por la historia, se acumulan en el sótano de nuestro tiempo. Pero ¿cuál es la diagonal que une estos dos nombres, estos dos pensamientos? Benjamin desconoció a Foucault (no podía ser de otro modo). Foucault nunca habla de Benjamin. No es entonces una diagonal intertextual, la que traza el guiño de la palabra que se refiere a otra palabra, la del discípulo respecto del maestro o la del amigo en la comunidad literaria de los filósofos. Es acaso la de la potencia de dos pensamientos que convergen, o más bien, se encuentran en el camino que cada uno ha trazado para sí mismo (encuentro entonces, no en el nivel del sistema explicito, de la literalidad de las palabras, sino en el corazón que las anima, el núcleo excesivo) y que, encontrándose, se iluminan.
Método
La crítica suele inventar autores: elige dos obras disímiles -el Tato Te King y las 1001 Noches, digamos-, las atribuye a un mismo escritor y luego determina con probidad la psicología de ese interesante homme de lettres…
Borges, Jorge Luis. “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” en El jardín de los senderos que se bifurcan (1993) Bibliotex, Barcelona. ISBN: 84-8130-018-7. Pág. 17
La tarea que nos proponemos, esbozar la posibilidad de un dialogo entre dos autores en principio distantes, Benjamin y Foucault, se encuentra, por su mismo principio, por aquello que se propone, acechada por un peligro; o más bien su posibilidad se juega en todo caso en el borde de un peligro, por el cual, en todo momento, nos encontramos prestos a deslizarnos. A saber, dejarse arrastrar por una suerte de delirio en la interpretación y encontrar por doquier a uno en otro, a Benjamin en Foucault, a Foucault ya en Benjamin, y de este modo reducir Foucault a Benjamin, acaso al revés, y de cualesquiera de las formas, reduciendo uno al otro, reducir finalmente a ambos a un híbrido que nunca fueron. Y en esta medida, estéril.
Conscientes del peligro que nos acecha, se trata de armarnos también de los instrumentos que permitan conjurarlo. Cuestión de método: lo que pretendemos evitar es en todo caso la comparación. A un lado Benjamin, al otro Foucault, y en medio, el trazo de los lugares comunes, las afinidades, acaso también las discordancias, el rumor analógico que permite hacer comenzar las comparaciones. Lo que nosotros queremos hacer esta en otro
lugar, pertenece a un espacio que no es el de la comparación. Y si el juego de las comparaciones, las analogías o las afinidades interviene en un momento u otro, se encuentra en todo caso puesto a funcionar bajo otro principio, al servicio de otros fines.
No se trata, entonces, de la cuestión: dadas dos teorías, dos obras, dos pensamientos ¿cuáles son los elementos que permiten compararlas, ponerlas en relación, hacer de ellas un conjunto?. Sino: dado un campo problemático, dos teorías ¿como funcionan juntas, que juegos permiten, que efectos arrojan?. Se tratara entonces de trazar una diagonal, dibujar una situación. Situarnos en su interior, y convocar a otros a ella. Método de composición o de camaradería, de las alianzas que se fraguan en la urgencia del combate.
Al igual que el método que rechazamos, esté se encuentra acechado por sus propios peligros, pero autoriza, sin embargo, ciertos juegos que nos estarían vedados de cualquier otra forma. Pues lo que aquí cuenta es más la efectividad de la teoría en un caso dado, vale decir, los efectos que produce su inserción en un campo determinado, que su exposición sistemática. Vale decir, menos lo que una teoría dice que lo que nos permite decir y hacer con ella en el espacio de un problema determinado, que puede, en un extremo, ser por completo ajeno al campo donde ella fue enunciada (si bien, este no es, propiamente, nuestro caso). La teoría aparece siempre segunda respecto del problema al que ella se orienta y con respecto al cual ella esta al servicio: funciona en todo caso como una herramienta. De Foucault tenemos el consentimiento explicito para un proceder de este modo. De Benjamin, su propio proceder teórico, su gusto por el collage y la composición de fragmentos, nos parece que no se opone tampoco a ello. La elección de las teorías responde a un estrategia, las alianzas que se crean, a las tácticas concretas que permiten abordar los elementos puntuales del problema que se enfrenta.
Nuestro proceder es, pues, el siguiente: esbozar un espacio problemático, de la mano de una lectura de Benjamin. Este espacio es el de cierta imagen del pasado y del devenir; vale decir, de la Historia; respecto de la cual Benjamín ha sido uno de sus más enérgicos críticos, al tiempo que uno de sus más sagaces analistas (no el primero en dar cuenta de ella, pero si acaso en situarnos en una determinada perspectiva respecto de ella).
Una imagen que nos es todavía contemporánea, y en cuyo interior permanecemos todavía (de ahí su actualidad). Espacio que es, ante todo, un espacio de guerra, el escenario de un combate. Pues a esa imagen corresponde a la crítica disputarle su derecho, enfrentarle otra. Situarnos en su interior: en medio de la guerra, en este espacio de peligro, y desde allí observar las alianzas que se nos presentan, las tácticas combinadas, los aliados que podrían unirse a nuestra causa o proporcionarnos medios o cooperación en nuestro combate.
Nuestra apuesta, la razón del presente artículo, es que en el espacio así delimitado con Benjamin, Foucault aparecerá como un aliado fundamental, natural incluso, presto a proporcionarnos herramientas y ayuda en nuestra tarea. No sera el único. Nietzsche, y Heidegger aparecerán también para prestarnos su ayuda, junto con algunos otros. Por otra parte, muchos no serán convocados cuando podrían prestarnos también su ayuda. Es sólo
problema de nuestra ignorancia. De cualquier modo consuela saber que uno no se encuentra sólo ante tan formidables enemigos.
Definición del campo
Si hay una cuestión en cuyo enunciado puede ser vertebrada, prácticamente por si sola, la problemática que queremos exponer, sólo puede ser la siguiente: ¿es posible un historia que no sea una Historia del poder? Narración de su gloria, de sus hitos y hazañas, de su necesidad. Y dada la respuesta como afirmativa ¿cuales son las condiciones de una
historia tal?
Cuando la Historia se contempla a sí misma exclama, mi objeto es el pasado. Yo soy el relato del pasado. Esta es, en el mejor de los casos, un piadosa mentira: del pasado sólo conserva la antigüedad del presente; y esta proposición se desdobla a su vez en otra: pues del pasado la Historia no conserva sino los antiguos presentes (Principio de selección actual).
Asimismo, bajo la imagen dogmática de la historia, llamemosla, por seguir la tradición que investigamos, historicismo, el presente tiene en sí mismo, en su propia presencia y actualidad, el principio de su propia justificación, el signo de su legitimidad y pertinencia, aún más, de la necesidad que lo acompaña (Principio de legitimación retroactiva). El acontecer del acontecimiento es la señal de su necesidad o lo que es lo mismo, en tanto aconteció, debía necesariamente acontecer.
- Existe, entre los dominadores de todas las épocas, una solidaridad que los liga a través de los tiempos. Un princicipio de empatía, que tiene en la historia, su representación y justificación. A este propósito Benjamin:Ahora bien, quienes dominan una vez se convierten en herederos de todos los que han vencido hasta ahora. La empata con el vencedor siempre les viene bien a quienes mandan en cada momento. Para el materialista histórico, con lo dicho ya es bastante (Benjamin, Tesis VII)
- Dicha empatía viene garantizada en la representación histórica por la solidaridad y ligazón de los presentes entre sí, por la constitución de una imagen del tiempo como un tiempo homogéneo y vacío (imagen cronológica del tiempo) cuyo contenido (la historia) se dispone en dicho espacio como un continuum.
Esta operación es posible mediante una triple articulación de elementos, que funcionan como presupuestos fundamentales de la imagen dogmática de la historia:
En primer lugar la reducción de lo real a lo fáctico (en la expresión de Reyes Mate): de la Historia a lo dado (Nietzsche), a lo una vez acontecido. Sólo lo actual, lo que ha devenido presencia, esto es, el presente, es propiamente tiempo, propiamente historia.
En segundo lugar la asociación de lo dado al factum del éxito (Nietzsche). O el éxito como medida de lo que es dado. Y por ende la posición de los vencedores, los dominadores de todas las épocas, como sujetos de la Historia.
En último lugar, pero no por ello menos importante, la solidificación del pasado como naturaleza muerta, la prostituta erase una vez en el burdel del historicismo (Benjamin).
La representación del pasado que hemos caracterizado, dicha imagen de la historia, que nosotros hemos calificado de dogmática, y Benjamin como historicismo, funciona entonces como un principio de justificación del presente. Valdría decir, quizás de las relaciones de dominación presentes, o, si no se gusta de esta idea, de la distribución actual de lo real. Aparato de captura para sujetarnos en el interior de dicha distribución.
La imagen dogmática de la historia construye un pasado que es para nosotros el sepulturero del presente (Nietzsche). Que hace del presente para nosotros una sepultura. El erase una vez es el engranaje de la maquina y esto es así (es por ello que caracterizamos a la imagen como dogmática). La imagen del pasado que el historicismo construye es un sofisticado aparato de captura. Para sepultarnos en el presente. Para ahogarnos y aplastarnos bajo su peso. La historiografía compete al arte de la guerra (Onfray), a las condiciones de nuestra dominación presente, y por tanto también a las condiciones de nuestra emancipación. Para el materialista dialéctico con lo dicho ya es bastante.
Esbozo del campo de batalla, en todo caso parcial, pero también suficiente para delimitar algunos de los frentes del conflicto. Se perfila así cuales son los elementos que han de tomar lugar en una posición alternativa:
- Hacer saltar el continuum de la historia. Liquidar la reducción de lo real a lo fáctico y el modelo del devenir histórico que postula la imagen dogmática de la historia.
- El giro copernicano de la historia. Liquidar la imagen del pasado como algo muerto e inerte, mostrar el pasado como algo móvil y vivo (romper la imagen cronológica del tiempo) en relación al presente y al futuro.
- El sujeto de la historia son los sin-nombre. Constituir un nuevo sujeto de la historia, o lo que es lo mismo, demostrar que es otro el sujeto de la historia.
Es evidente que los tres elementos están mutuamente implicados, que se juegan en un frente común, sin embargo, pese a los múltiples entrecruzamientos entre ellos, las referencias comunes, las repeticiones incluso, su consideración por separado permite enfrentar con mayor claridad algunos de los puntos que les son propios a cada uno de ellos.
Problematización
1 El continuum de la historia
Esta cuestión es, de las tres, sin duda, aquella con respecto de la cual Foucault puede aportarnos menos. Es, sin embargo, un formidable aliado en la consecución de las dos siguientes. No obstante, la importancia global que tiene con respecto de la problematización que queremos exponer, nos impone dedicarle un espacio especial.
Esta cuestión compete al problema filosófico del tiempo, en el cual buena parte de la filosofía contemporánea se ha afanado desde principios del siglo XX. La cuestión ¿qué es el tiempo?, ¿qué vale por tiempo? Y que en su forma más notable, al menos con respecto a la cuestión que nos ocupa se juega entre las relaciones entre lo virtual y lo fáctico, entre la potencia y el acto. Liberarse de la predominancia del acto respecto de la potencia, de lo actual respecto de lo virtual. Es posible, a nuestro tenor, jugar una cierta interpretación de las tesis benjaminianas en este sentido, en la cual descubrimos en gran medida su potencia. Cuestión que se dirime en la relación entre lo real y eso que Benjamin va a caracterizar como pasado-ausente (ausente del presente).
En el actual debate historiográfico de los estudios de historia contemporánea en torno a la polémica cuestión de la memoria, el impacto de las “Tesis sobre el concepto de historia” de Walter Benjamin distribuye sus efectos en las aportaciones de no pocos, y no pocos de los principales, agentes del debate. Si tomamos este como punto de partida es por cuanto en torno a este debate, a nuestra opinión, un cierto sesgo o dirección interpretativa de Benjamin aparece con especial fuerza. Y a ella queremos oponernos. Esta, creemos, puede caracterizarse por centrar aquello que constituiría la cuestión abierta por Benjamin en las Tesis en la memoria como un tipo de relato constituido por oposición al relato histórico, y en la figura de orden político-moral de la víctima.
Un Benjamin que aparece aquí caracterizado como privilegiado cronista y sutil intérprete de su época, cuya obra se interconecta estrechamente con los convulsos acontecimientos de la primera mitad del siglo XX y con su propia biografía. Un historiador de las víctimas, víctima él mismo de la barbarie anunciada y denunciada en su obra. Un Benjamin que ha tomado como proyecto contar la otra historia, recuperar para ella los capítulos olvidados por la Historia oficial, propiamente una historia de los olvidados, de los vencidos, de las víctimas, de los perdedores, de los excluidos. El buhonero que recolecta de entre los desechos de la historiografía aquellos capítulos que ella nunca recogerá. Que quiere hacer su memoria, allí donde su crónica nunca fue escrita.
Sin menoscabo de dicha propuesta interpretativa, no obstante, creemos que junto a ella, y gracias a su crítica, puede delinearse un propuesta interpretativa diferente de las «Tesis», que transita otros espacios que aquella, que se dirige a otros lugares.
Para escribir nuevas historias (una historia auténticamente nueva) no solo hace falta nuevos relatos sino, sobre todo, una nueva lengua, una nueva gramática. Se trata aquí de un Benjamin que -mas que tratar de ofrecer una historia otra: la otra historia que discurre subterránea a la Historia oficial; la historia de los vencidos, de los olvidados, de los otros a los vencedores; que rellene los capítulos perdidos de aquella- está desarrollando las bases de otra Historia, de un pensar la Historia; vale decir, la temporalidad; otro. Formalmente otra, más bien que en sus contenidos o elementos fácticos.
La distancia que separa ambos caminos interpretativos nos parece que se refleja en una pregunta: ¿Quiere -al menos en lo que compete a las Tesis hacer Benjamin una historia de los oprimidos? ¿O más bien se trataría de recuperar para la historia, para un pensamiento del tiempo, el secreto que los oprimidos guardan? A saber, la vivencia de lo real (realactual) como negación (negación de la posibilidad histórica de ser otro que oprimido). Que la historia pudo ser de otra manera. Este es el secreto de los vencidos. ¿No se trataría acaso de hacer una historia de lo real que reconozca en su derecho que esta no solo se halla conformada por lo actual -por lo presente por lo que ha sido presente- sino que hay un puro pasado, posibilidades históricas sin acto, que conforman lo real y lo actual, que ingresan, actuando retrospectivamente, en lo real, acaso actualizándose, acaso presentes (por cuanto poseen el estatuto de una presencia) sin actualidad. Es este el contenido básico de nuestra hipótesis fundamental (y que a una investigación en profundidad encomendamos la tarea de desarrollar y corroborar): liberar de la dictadura del solo presente la representación del tiempo, este es el eje arquitectónico fundamental del proyecto formal de Benjamin en las Tesis. Hacer saltar así el continuum de la historia (pues solo la solidaridad entre los presentes sucesivos permite representar la historia como un continuum).
Integrar de pleno derecho el puro pasado en la estructura de la yemporalidad. En lo real no solo participa lo actual, o actualizado (lo presente o lo que ha sido presente en términos de temporalidad), sino que se halla igualmente conformado por potencias sin acto (un puro pasado sin presente en términos de temporalidad. Romper la representación lineal de la historia. ¿No es ese puro pasado sin presente, aquello que pudiendo ser no fue, lo que el historiador ha de rastrear como buhonero de la historia? ¿Reconocerlo mentado en cada presente, como configurándolo, como siendo cuanto menos este presente la negación de aquel o su elemento diferencial?
¿Y no es el Historicismo contra el que carga Benjamin, la Imagen Dogmática del Pensamiento Histórico, que somete a la dictadura de lo presente, incapaz de hacerse cargo del carácter monádico del momento histórico que reclama Benjamin, sometiendo cada momento a una solidaridad opresiva con los presentes pasados? Historicismo deudor y productor de ese elemento de barbarie súper-estructural llamado progreso. Incapaz de conocer el pasado tal como ha sido, justificador y solidario de los vencedores, en cuanto solo puede concebir como lo posible, como real, lo actual.
Negar hasta su estatuto ontológico -y en ese sentido su carácter político – como real. ¿No sera esta la última y absoluta injusticia con los perdedores en el juego de la historia? Que su historia no pudo ser de otra manera (esto que el Historicismo justifica y avala).
Un pensamiento de la temporalidad, y de la historia como su representación, que vaya más allá de lo presente (no importa cual sea la antigüedad o novedad de este presente), que integre lo puro posible, que compone e ingresa en lo real y en lo actual. Este nos parece el proyecto formal de las Tesis sobre filosofía de la Historia de Benjamin.
2 El giro copernicano
El giro copernicano en la visión de la historia también significa lo siguiente: que aquello que constituía como punto fijo de referencia (el pasado) se nos descubre ahora como móvil, lo referido. Inversión del punto de referencia, revolución de la perspectiva.
Lo que ha sido no es algo inerte, naturaleza muerta. Es algo vivo, objeto de un intervención que lo actualiza, vale decir, lo reelabora, lo reconstituye en cada momento. A este propósito Heidegger:
…el pasado, experimentado como historicidad propia, es todo menos lo que fue. Más bien, es algo a lo que puedo volver una y otra vez (Heidegger, El concepto de tiempo. pp.56-57)
También podría ser invocado Nietzsche. Él tuvo la claridad para anticipar esta necesidad: que sólo como arquitectos del futuro y conocedores del presente es posible interpretar el pasado. Que el pasado se encuentra fundado en el presente, y en la orientación futura de este, que allí se juega lo que él es para nosotros. Asimismo que esta posibilidad se encontraba lastrado por una imagen del pasado que nos situaba siempre como epígonos de la historia. Al final de ella, y por tanto prisioneros suyos, que sólo a través de la crítica y superación de esta imagen era posible una instalación en la temporalidad, una relación con la historia, en la cual no estuviéramos presos del pasado, fin de partida, sino punto de cesura, apertura de futuro, de posibilidades todavía inéditas.
Lo que ha sido no es el lugar de un conocimiento ya dado para siempre, que trata de descubrir lo que el ha sido como si lo que el pasado es estuviera ya dado de una vez por todas para siempre. Lugar de una re-construcción: si el pasado esta en ruinas, desecho, de algún modo perdido, la tarea de la historia es devolverlo a su forma originaria, sólo se puede reconstruir aquello que una vez estuvo construido, entero y autosuficiente en su verdad. A la reconstrucción, Benjamin opone un trabajo con el pasado que es el de construcción, interpretación, elaboración. Del pasado no sólo se derivan nuestras condiciones presentes, sino que hay también un conocimiento del pasado del cual también se derivan las condiciones de su emancipación. La inversión del giro copernicano en la visión de la historia es una nueva imagen de la historia en la cual el pasado se encuentra fundado en el presente, más bien que la imagen contraria.
Y esta es un tesis radical, al igual que la revolución física copernicana descubrió lo que hasta entonces se consideraba inmóvil, la tierra, como ya moviéndose desde siempre, el giro copernicano en la visión de la historia debe denunciar, y demostrar mediante la crítica que el pasado; que el historicismo postula como inerte y ya dado, que postula el presente como el irremediable resultado del pasado; que el pasado es siempre ya una construcción, fundado desde el presente, al servicio de las necesidades del presente. De nuestra dominación. No se trata de un simple oposición entre la fría mirada objetivista del historicismo, y el constructivismo benjaminiano. El análisis de Benjamin descubre la fría mirada objetiva del historicismo sobre el pasado como el principio de un cuidadosa construcción del mismo. No se trata de oponer lisa y llanamente a un pasado objetivo una imagen constructiva del pasado, se trata de mostrar como la imagen objetiva del pasado construye un determinado pasado, y que papel juega este en nuestro presente. Pero este descubrimiento es revolucionario, porque en la medida que descubre el juego en el cual estábamos ya presos, nos permite, desde entonces, jugar a él, movernos a través de sus reglas. Si la imagen del pasado del historicismo era una construcción al servicio de nuestra dominación presente, la nueva imagen del pasado, imagen crítica o revolucionaria, dibuja las condiciones de nuestra emancipación futura.
Y por fin, después de tanto tiempo, Foucault. Han hecho falta mucho tiempo y muchas palabras para que preparar el momento en el que sus palabras tomaran la consistencia precisa que les reservamos en el campo problemático que hemos dibujado.
Pero primero, ¿Foucault, que Foucault? Podríamos dirigirnos a lo obvio, y subrayar que el análisis de Foucault del saber-poder nos muestra el saber, como el histórico, transido de relaciones de poder, actualizando y reforzando relaciones actuales de poder. También, que de acuerdo con su análisis de la inmanencia del poder, el lugar de aplicación de estas relaciones de poder, en nuestro caso el saber histórico, se constituye también como el único lugar donde las relaciones de poder actuales pueden ser subvertidas, revertidas o en todo caso enfrentadas. Señalar pues que, en estos términos, el análisis y el proyecto de Benjamin se encuentra en sintonía con los análisis de Foucault. Podríamos, en efecto, tomar este camino. Pero también creemos, sin que nos neguemos por ello a emprenderla o movilizar los recursos de los que nos proveería en un momento dado, que Foucault puede ser, para nuestra causa (¿la causa benjaminiana acaso?) mucho más productivo en otros frentes. Bien que mal, Benjamin lo sabía, Foucault también, que las relaciones de saber son relaciones de poder es cosa que, de un modo u otro, no deja de ser algo común entre nosotros desde hace siglo y medio (desde Marx y Nietzsche por lo menos).
El Foucault que queremos traer a colación, es el Foucault que en todos los lugares de su obra ha operado como un historiador. Y Foucault ha sido ante todo, un gran, también extraño, historiador, historiador del pensamiento, historiador de la locura, historiador de las resistencias, historiador de las instituciones que en todo caso han aparecido donde ha querido haber pensamiento y locura… Pensamos no sólo en Historia de la locura en la edad clásica, o los textos donde él ha querido de un modo u otro dar razón de su proceder: La arqueología del saber, o Nietzsche: la genealogía, la historia, sino también en todas aquellas obras en las que Foucault ha ejercido, de mil formas y razón de mil temas, de historiador: La vida los hombres infames, Los anormales, Seguridad, territorio, población, La voluntad de saber. Nos interesa aquí menos el resultado de sus investigaciones concretas (el acierto o el error de algunas de sus proposiciones) sino el método y los principios que se esboza en ellas. Porque Foucault, de la mano de Nietzsche si se quiere, pero en todo caso más allá del propio Nietzsche, ha desarrollado un método de análisis histórico: la genealogía. Insurrección de los saberes, aparato de desfundamentación de los origines luminosos. Ciertamente, una increíble máquina cómica. También unas nuevas reglas de juego: el juego del archivo. Aparato crítico a través del cual todo lo que del pasado podía haber sido narrado como desarrollo univoco, sucesión programada, progreso inevitable, es descubierto, a través del sistema rastreo de las huellas de su trazo, como constelación múltiple (aquello que Benjamin reclamaba precisamente para su propia visión de la historia), proceso equívoco. No por ello menos inteligible, no por ello imposible establecer sus gramáticas, las reglas de juego que se trazan en su devenir, pero que no son externas sino inmanentes, propias a él.
Donde el pasado aparece de cualquier modo menos univoco, de cualquier modo menos acabado, muerto (por ejemplo el recorrido del tema de “el gobierno de los hombres”,
tal como lo desarrolla en Seguridad, territorio, población). De los análisis de Foucault se
desprende una imagen de la historia que no tiene ya la forma de un tiempo cronológico. Un tiempo que funcionaria según una causalidad lineal, y cuya metáfora sería la metáfora física de la canica, sino una imagen cuya metáfora sería acaso otro fenómeno físico, la onda. Propagación por resonancia. O acaso una metáfora biológica: el virus. Ciertos virus. Porque el pasado puede permanecer en todo caso aletargado, en estado de hibernación (en el olvido o en el silencio), pero en todo caso presto a resucitar allí donde se dan las condiciones para ello. Donde lo propio de su devenir es la mutación, la adaptación: conserva sus trazas genéticas, incorpora nuevas según circunstancias cambiantes, pero sin que se puedan considerar, de principio, dirección o necesidad.
Aparato crítico en todo caso, como el de Benjamin, Maquina de guerra, de
deconstrucción y de desfundamentación de la Historia, entendida como narración del origen, pues en el lugar de este sólo se encuentra nada, no su gloria, sino su origen bastardo.
3 El sujeto de la historia
De Foucault hemos dicho que él ha sido historiador de la locura, del pensamiento, de la razón, historiador de las formas de poder y del gobierno de los hombres, de la sexualidad y de los cuerpos que la atraviesan y son atravesados por ella. También añadimos, historiador de las resistencias. Aquí y ahora debemos precisar un poco más. Porque Foucault no ha historiado las resistencias como algo que más, adicionalmente a esas otras historias por las cuales él se preocupado y ocupado en ellas. Porque en todas ellas él ha tematizado, fundamentalmente, las resistencias, en ellas se ha apoyado para poder desarrollar su narración y vertebrar su discurso.
Si es posible capturar el trabajo de Foucault, los múltiples temas en los que él se ha ocupado, bajo una sola rubrica, bajo una gran dirección temática (que sólo a posterioripuede iluminar de algún modo el conjunto de su obra), si acaso esto es posible, cabría decir que Foucault ha sido, ante todo, un historiador; un analista, o un crítico si se prefiere, los tres elementos van de la mano en este autor; un historiador decíamos, del poder y de la
verdad; acaso de esa máquina de poder que es la verdad. Pero si esto es así, no podemos olvidar que uno de los principales principios de su analítica del poder es la inseparable dualidad poder-resistencia. Allí donde hay poder, allí donde este se asienta no deja de inscribirse en el campo de una multiplicidad de fenómenos de evasión, de contrapoder, de resistencias. El propio Foucault ha afirmado el carácter clave, central del concepto de resistencia en su propia obra (entrevista para Body politic, 1982).
Cuando señalamos que el poder se inscribe en un campo de resistencias elegimos un término tal como inscribirse por razones concretas. No es, señala Foucault, que haya poder y luego resistencia, ya bien como un fenómenos previo (una masa o una energía incontenible que el poder venga a controlar o dar forma), ni posterior (una reacción a los efectos del poder), en todo caso en un relación de exterioridad. La resistencia no es lo que esta fuera del poder, lo que él deja fuer ay abandona. O si, pero en otro sentido. El poder se relaciona con los fenómenos de evasión y de resistencia que le son consustanciales, se apoya en ellos, los trabaja desde dentro, al tiempo que es trabajado por ellos, en ellos se encuentra el motor, el disparadero por el cual las configuraciones de poder y saber, los cambios y saltos que pueden ser historiados. Ahí reside el secreto de su productividad.
Los fenómenos de resistencia son el afuera del poder, pero este afuera; la expresión, hay que reconocer, ha tenido éxito; es un afuera interior. Es lo más íntimo y propio del poder. Su corazón.
Pero de un lado y otro, de lado del poder y del lado de las resistencias, la historia es otra. Todos esos cuerpos a los que Foucault ha tratado de dar voz, rescatándolos en el archivo, las voces de los cuerpos supliciados, disciplinados, de los cuerpos convulsos, sexualizados, psiquiatrizados, etc. todos esos cuerpos anónimos, que sólo acaso el trabajo del archivista ha podido, casi casualmente, dotar fugazmente de nombre y palabra; que son,
con otros, los cuerpos de los sin nombre que Benjamin consideraba, y quería constituir, como sujetos de la historia; no narran la Historia del Derecho, de la Medicina, de la escuela o de la fabrica, de la Psiquiatría. Narran otras historias, movilizan otras materiales, otros principios de selección de los materiales históricos, la posibilidad de otros devenires. Y si de algún modo narran todas esas historias, cuentan de ellas otras cosas a las que son propias de sus crónicas oficiales. Son, en buena medida, su desmentido.
Lo que se juega aquí, en la propuesta de Foucault y Benjamin, a través suyo, a nuestro entender, no es la constitución de otra historia, que se pone al lado de la Historia y la complementa. De dar voz, simplemente (pese a todas las dificultades que esto suponga) a los que nunca la habían tenido, a los que se había mantenido en el silencio. Una historia de los oprimidos al lado de la de los dominadores, de los pacientes al lado de la de los doctores, de los bufones al lado, o más bien por debajo, de la de los reyes. Se trata de dar cuenta como estas historias son ya otra Historia. Que en relación con la primera la confronta, la impugna y la destituye: son otros materiales los que se dan juego, otros protagonistas, otros niveles de discurso, nuevas reglas de valorización de lo que cae bajo la categoría de lo histórico. He aquí el carácter político, violentamente político que se encuentra presente en el trabajo de ambos. La dimensión revolucionaria que Benjamin confería a la tarea que era esbozada en las “Tesis”. Pues en él se encuentran también puertas, herramientas, y posibilidades para la destitución de nuestro presente. Cuanto menos, que no es poco, para la destitución del aparato mítico con el cual se rodea y sobre el cual se erige y moviliza sin cesar en auxilio suyo para dar cuenta de su necesidad.
En este punto, al final y para terminar, a modo de conclusión y resumen de lo que hasta aquí, bien o mal, con Foucault y Benjamin, a través suyo, hemos querido exponer, una cita de Nietzsche. En sus palabras se encuentra expresado, con toda claridad, el problema y la tarea que hemos querido exponer:
…obrar de una manera intempestiva –es decir, contraria al tiempo y, por esto mismo, sobre el tiempo y en favor, así lo espero, de un tiempo por venir. (Nietzsche, II Intempestiva, Prefacio, p. 39)
REFERENCIAS
[1] “Anthropos. Huellas del conocimiento: Walter Benjamin (la experiencia de una voz crítica, creativa y disidente)” (225). Diciembre, 2009. ISSN: 1137-3636
[2] Benjamin, Walter. Libro de los pasajes, tomo 3. Akal, Madrid (2005). ISBN 84-460-1901-9. Edición de Rolf Tiedemann. Traducción de Luis Fernandez Castañeda, Isidro Herrera y Fernando Guerrero.
[3] Daniel H. Cabrera. El atrás como fantasmagoría moderna. En [1].
[4] Deleuze, Deleuze. Foucault. Paidos Ibérica, primera edición (1987). Traducción de José Vázquez Perez. Prólogo de Miguel Morey.
[5] Foucault, Michel. La arqueología del saber. Siglo XXI de España editores, quinta edición (1978). ISBN 968-23-0012-6. Traducción de Aurelio Garzón del Camino.
[6] Foucault, Michel. Nietzsche: la genealogía, la historia. Pre-textos, Valencia (1988). ISBN 8485081978. Traducción de José Vázques Perez.
[7] Foucault, Michel. Seguridad, Territorio, Población. Curso en el Collège de France (1977-1978). Fondo de Cultura Económica, primera edición (2006). ISBN 950-557-671-4. Título original del frances: Sécurité,
territorie, population. cours au Collège de France (1977-1978). Edición establecida por Michel Sellenart bajo la dirección de François Ewald y Alessandro Fontana.
[8] Lowy, Michael. Walter Benjamin, Aviso de incendio: una lectura de las Tesis sobre el concepto de la historia. Sección de obras de política y derecho. Fondo de Cultura Económica, México (2003). ISBN 9505575769. Traducción de Horacio Pons.
[9] Mate, Reyes. Medianoche en la historia: comentarios a las Tesis de Walter Benjamin Sobre el concepto de historia. Serie Filosofía. Trotta, Madrid (2007). ISBN 84-8164-844-2.
[10] Mate, Reyes. “Sobre la fuerza subversiva del trapero”. En [1]
[11] Nietzsche, Friedrich. Sobre la utilidad y perjuicio de la historia para la vida (II Intempestiva). Biblioteca Nueva, segunda edición (2003). ISBN 84-7030-654-5. Edición, traducción y notas de Germán Cano.
El trapero y el archivista. A propósito de Walter Benjamin y Michel Foucault by Raúl Royo Fraguas is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.