¿Qué demonios es eso del «fetichismo de la mercancia»?

Zarzuela de pescado: este articulo recoge algunos materiales del árticulo de 2012  «Dada is fuckin dead». Y no. Marx no estaba pensando en zapatos de tacón alto como Tarantino.

Fetichismo de la mercancía…¿Qué quiso decir Marx?

Marx va a inventar un concepto muy hermoso, también un poco enigmático, el de «fetichismo de la mercancía» al cual va a dedicar el capítulo 4 de «El Capital» a tratar de desvelarnos sus secretos (Marx, Karl. El Capital. Libro I, Capítulo 4. ‘El fetichismo de la mercancía y sus secretos’). Hay algo de poeta en Marx.

¿Que quiere decirnos Marx relacionando las mercancias con los fetiches?

Fetiche remite a la religión primitiva, a la magia, al encantamiento. Hay algo misterioso en la mercancía (esto es: algo más que lo meramente aparente). Es un objeto encantado, «endemoniado» dice Marx. Pese a que aparece como algo simple, «trivial», esta preñado de «sutilezas metafísicas y reticencias teológicas»

A primera vista, una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas.”

Marx, Karl. El Capital. Cap. I, 4 p. 84.

Es decir, que entender la mercancía requiere algo más que remitirla al simple intercambio (como quien intercambia melones por patatas), aún cuando aparezca; y como descubriremos necesite aparecer (en la sintaxis hegeliana, tan cara al pensamiento de Marx: sus condiciones de aparición); como algo simple.

Pero antes de continuar volvamos al nombre con el que Marx nomina su descubrimiento: «fetichismo de la mercancía«. Habíamos dicho que algo de poeta en Marx ¿pero eso es todo? ¿Es Marx simplemente un afortunado buscador de metáforas? ¿O acaso lo que sucede es que no es una metáfora?

Marx, sabemos, es un lector ávido, un devorador de conocimientos en una increíble cantidad de áreas de saber.

«Fetiche» tiene una complicada etimología. Proviene en primer término del castellano de finales del siglo XV, de la palabra «hechizo» formada a partir de la forma pasiva del verbo «hacer», lo cual nos remite ya a las dos dimensiones de la palabra que nos interesa: a lo artificial o fabricado al mismo tiempo que a lo mágico. «Hechizo» refiere a los «artificios supersticiosos de los cuales se valen los hechiceros» (palabra, también derivada de verbo «hacer» mucho más antigua, cuyo registro ya es posible en el siglo X).

«Hechizo» pasara al portugués como «feitiço«, con la cual los navegantes portugueses comenzaron a designar los objetos de culto fabricado por los pueblos africanos con los cuales comerciaban. Será este «feitiço» el cual pasará al francés como «fetiche», con el sentido moderno que hoy le atribuimos, a partir de la cual reingresara de nuevo al castellano.

Marx estaba pensando en esto. Fuente: www.artedeafrica.com

El término «fetichismo«, asociado al estudio de las religiones, fue propuesto en 1760 (según el Diccionario Soviético de Filosofía, en 1757 según la wikipedía. No me siento capaz de interceder en el conflicto entre tamañas autoridades) por el erudito francés Charles de Brosses (cuya entrada a la Academia Francesa fue negada por la oposición del divino Voltaire por razones personales. Asi se las gastaba Voltaire) en su obra «Du culte des dieux Fétiches».

 

El «fetichismo» para Brosses cobra razón como una de las formas primitivas de la religión por cuánto los seres humanos desconociendo, la esencia de los objetos materiales les atribuyen propiedades sobrenaturales, creyendo que dichos objetos (fetiches) dan satisfacción a sus necesidades Fetichismo» Diccionario Soviético de Filosofía).

Quedemonos con esta definición, por cuánto en ella contiene ya el núcleo de lo que Marx quiere decirnos.

Es en este sentido, técnico, no metafórico, en el que Marx aplica el término «fetichismo» al estudio de la mercancía.

Podemos esbozar ya una solución al enigma de lo que Marx nos quiere explicar con el concepto de «fetichismo de la mercancía»: que los seres humanos, desconociendo su esencia, le atribuyen propiedades sobrenaturales («suprasensibles» va a decir Marx), creyendo que dichos objetos (las mercancías) satisfacen sus necesidades.

Vayamos más lejos. Marx quiere apuntar varios fenómenos con el concepto de «fetichismo de la mercancía».

En primer lugar que, bajo las condiciones de producción capitalistas, los seres humanos se encuentran alienados con respecto al carácter social de su propio trabajo, cuya cristalización o cuyo producto es la mercancía. En la mercancía el carácter social de las relaciones de producción aparece alienado ( para entender esto es importante conservar los dos términos: «aparece» y «alienado»).

EXCURSO

Esta es la mierda. Pese, o precisamente a pesar, del famoso capítulo sobre la dialéctica hegeliana que Marx nunca tuvo tiempo de escribir, es difícil seguir el hilo del pensamiento de Marx sin el basamento de la lógica hegeliana sobre el cual se desarrolla en buena medida.

No es este el lugar. Carecemos del tiempo y de los conocimientos para ello. Es suficiente retener, para lo que nos ocupa, lo siguiente:

El carácter social del trabajo aparece en la mercancía. No es que no aparezca, no es que no este allí.

Esta allí, a la vista de todos.

Pero aparece alienado o en tanto que alienado. Este es el secreto. La esencia de la mercancía.

Pero «el secreto es que no hay secreto» (Hegel). Esta oculto, pero no escondido, más allá. Esta oculto a la vista de todos. Sólo hay que aprender a mirar. Esto es la dialéctica. Hacer implicito lo implicito. Explicar. Ex-plicare: desenrollar lo que esta plegado (plicatio).

FIN DEL EXCURSO

Volvamos, en primer lugar, en la forma mercantil el carácter social del trabajo (la condición social del trabajo en la forma capitalista de producción) aparece alienado, como caracteres objetivos (esto es de los objetos), naturales, de los productos del trabajo, como propiedades suyas.

En segundo lugar,  consecuencia de lo primero, la mediación social (las relaciones sociales) de los productores entre sí y de los productores con el trabajo social (con las condiciones sociales generales del trabajo) aparece como una relación social entre los objetos mismos (entre las mercancías), «existente al margen de los productores».

“Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en que la misma refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de las dichas cosas, y, por ende, en que también refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo global, como una relación social entre los objetos, existente al margen de los productores.”

Marx, Karl. El Capital. Cap. I, 4 pag. 88

Esto es complicado. Poco a poco. Vayamonos quedando con algunas cosas.

El valor es una forma de mediación social. La forma de mediación social en las sociedades capitalistas (por ello, capitalismo, mercancía y valor tienen en la sintaxis marxiana definiciones interrelacionadas: capitalismo es aquella forma de sociedad donde el valor es la forma de mediación social dominante).

No era broma (Marx es un cabrón chistoso) cuando al principio decíamos, siguiendolo, que el análisis de la mercancía no es cosa trivial, que esta lleno de sutilezas metafísicas, no era un chiste. O era un chiste muy serio. Hace falta todo el aparataje de la metafísica para desentrañar algo tan aparentemente simple como la mercancía.

DRAMATIZACIÓN

Partamos de una pregunta simple ¿cuanto vale algo?.

Volvamos al mundo terrenal. Vayamos al supermercado. Cojamos algo. Un melón por ejemplo. O no. Dejemos el melón. Mejor algo más siglo XXI. Una cámara de fotos. Digital. Toh guapah.

¿Cuanto vale? Para lo que nos atañe no importa cuanto marca la etiqueta. Pongamos que pone X.

Vale X. Resulta que yo tengo, en mis manos, otra mercancía que se llama dinero. Tengo X dinero.

Resulta que concretamente, no lo tengo en mis manos, lo tengo en el bolsillo, dentro de la cartera dentro de un trozo de plástico. Y resulta también que no lo tengo, pero el trozo de plástico tiene una banda magnética, y la banda magnética es capaz de interactuar con un aparatito y hacer una conexión telefónica que conecta a una base de datos donde una serie determinada de unos y ceros permutan en otra serie de unos y ceros. Pero al fin y al cabo es como si lo tuviera. Lo que pasa es que el mundo terrenal resulta que nunca es tan terrenal como (a)parece.

Por eso, también, la metafísica no se ocupa del más allá, sino del más acá. La metafísica no mira el cielo, mira las entrañas.

Bueno, volvamos a nuestro asunto. Estoy en el supermercado. En el supermercado hay una mercancía, en concreto una cámara de fotos. Digital. Toh guapah. La mercancía vale X dinero. Yo tengo X dinero. Entonces el supermercado y yo intercambiamos nuestras mercancías: X dinero por una cámara de fotos. Y ya está.

¿Ya está? Ni mucho menos.

Aunque si leyendo los libros de texto de la asignatura de economía probablemente eso es todo lo que ha sucedido.

Volvamos al supermercado, a la estantería de digital. Rewind.

Porque resulta, y esto importante, muy importante, que nuestra cámara no está sola. Joder, hay un montón de ellas.

Pongamos que quiero una cámara y tengo la pasta. Resulta que no tengo un montón de pasta y hay algunas que no puedo comprar, pero por simplificar, y aunque es una parte importante de la ecuación, vamos a obviar toda esta parte. Digamos que tengo un presupuesto y dentro de él puedo elegir entre varias. Y yo no soy tonto. Así que antes de escoger voy a comparar las distintas cámaras que tengo a mis disposición y cuanto valen.

Volvamos a la pregunta ¿Cuanto vale algo? En concreto ¿cuanto vale una cámara digital? Pero cuanto vale… ¿respecto a qué?

Aquí descubrimos de nuevo una de las cosas que nos decía Marx antes: que el valor es una relación. Una forma de mediación.

Porque aquí, delante de la estantería, como consumidores, lo que nos estamos preguntando no es ya ¿cuanto vale?. Eso es fácil y lo primero que descubrimos. Cada cámara tiene su precio bien visible. Pero eso no deshace la angustia existencial que nos invade cuando estamos delante de la estantería. Lo que nos estamos preguntando es algo con bastantes pintas de sutileza metafísica ¿que es lo que vale en el valor? ¿que es lo que lo vale?

Y aquí tenemos dos cosas, que son las que finalmente terminarán por decidirnos (aunque la decisión sea finalmente algo más parecido a un acto de fe que a una decisión racional según el parametraje clásico, después descubriremos porqué).

En primer lugar, obvio, el precio. Los X  o los 2X  o los X-y euros que marcan las etiquetas. Y ¿qué es el precio? El precio es una magnitud del valor de las mercancías que permite compararlas abstractamente entre sí. Vale. Pero aparte de una definición más completa no tenemos mucho más de lo que teníamos antes. ¿Que es lo que cuenta, lo que esta computando en el precio? Vale. Esta es una pregunta mejor.

En el precio se encuentran relacionadas (otra vez esta dichosa palabra: relación) varias cosas.

De la forma simple podemos decir: precio = costes (materiales, insumos, trabajo) + beneficio.

Ahora bien, lo que pasa es que no es tan simple. Es que a su vez cada una de esas cosas están mediadas a su vez por el mercado. Se despliega fractalmente ad infinitum.

La única relación de las implicadas que parece que podemos comprender sin el recurso a sí, es el factor trabajo.

Por eso cumple esa función analítica.

Parece que podemos comprender el coste del trabajo como la cristalización de la relación de fuerzas (social) entre la fuerza de trabajo y los capitalistas. Cuanto de la parte del beneficio son capaces de apropiarse los trabajadores por cuanto tan poco son capaces de rebajar estas expectativas los capitalistas. Aquí lo que se dirime es tanto la capacidad de los trabajadores de una empresa en concreto mediante las herramientas de lucha que disponen, como l capacidad general de la fuerza de trabajo de un estado de conquistar derechos, forzar leyes etc. Pero también la relación de competencia-colaboración entre las distintas máquinas productivas de los países.

En fin, un lío. Pero en última instancia lo que se encuentra cristalizado en el precio del trabajo es todo es conjunto complejo de relaciones sociales. Hasta aquí la cosa de los costes.

Luego esta la cosa del beneficio.

Vale. Yo fabrico cámaras. Y tengo estos costes determinado por las determinadas relaciones sociales de producción en un espacio y tiempo determinado. Pero hay otros fabricantes. Con los cuales mi producto entre en competencia. Y unos consumidores con una capacidad de adquisición.

¿Como decido el precio?

Tengo unos costes que cubrir. Ese es el límite mínimo a partir del cual empiezo a especular.

Hago un estudio de mercado. Cuales son los productos similares al mio o en competencia que existen en el mercado y cuanto valen.

A partir de ahí y con una expectativa de beneficio que trato de maximizar trato de ubicar mi producto en relación al resto de productos existentes. Aquí hay dos elementos que entran en juego: los tangibles (px, memoria, velocidad) y los intangibles (diseño corporativo, marketing). Apostando a que mi producto resulta más atractivo con respecto a ellos.

Volvamos a la estantería donde estábamos. Deshagamonos del disfraz de aguerrido capitán de la industria y retomemos el de humilde consumidor. Porque al fin y al cabo yo lo que necesito es una camara, no un complejo estudio de sociología industrial (de la operatividad de cuyos resultados finales tenemos serias dudas).

Y angustiado ya, tengo que decidir que cámara me llevo. Así que hago lo propio. Me pongo a comparar las propiedades de las distintas cámaras, los mencionados tangibles (que si esta tiene más px que si esta tiene más memoria) y los intangibles (que Sony mola más que Wacom). Y finalmente en un arrebato me compro la primera cámara de todas las que había visto.

EPÍLOGO

En algún momento, tarde o temprano, con toda probabilidad tendré una conversación como la que sigue:

Random- Joder, vaya cámara que te has comprando, ¿no? Esta toh guapah. Digital.

Yo- Si, bueno ehh (una rémora genética de los viejos tiempos vividos bajo la amenaza de la escasez hace que el acceso al consumo por parte de los trabajadores siempre tenga algo de complejo de culpabilidad)…

Random- ¿Y cuanto te ha costado?

Yo- X. Pero es que esta cámara lo vale.

(continua con un fundido a negro mientrás Yo sigue desflorando todas las características técnicas de la cámara en cuestión).

MARX COME BACK

Retomemos a Marx:

… la forma de mercancía y la relación de valor entre los productos del trabajo en que dicha forma se representa, no tienen absolutamente nada que ver con la naturaleza física de los mismos ni con las relaciones, propias de cosas, que se derivan de tal naturaleza. Lo que aquí adopta, para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre cosas, es sólo la relación social determinada  existente entre aquéllos.

Marx, Karl. El Capital. Cap. I, 4 pág. 89

Tenemos el concepto y hemos dibujado el campo de aplicación (eso que Deleuze y Guattari llaman el «campo de inmanencia» del concepto). Comprender un concepto o explicarlo es siempre delimitar el ámbito de realidad con respecto al cual cobra sentido. En un sentido muy material, muy geográfico. Un concepto es una suerte de brújula, de esbozo de un mapa posible. El valor (de uso) del concepto esta siempre en relación a la capacidad que despliega (lo que nos capacita) para orientarnos, para movernos, en la realidad.

Parece que estamos, ahora, en mejores condiciones de entender mejor eso que Marx llama el «fetichismo de la mercancía»: en las relaciones dominadas por la forma de la mercancía, el valor aparece como algo objetivo, como una propiedad superviniente de la naturaleza de los objetos, ocultando las relaciones sociales de producción de la cual la propia mercancía es resultado.

Podemos ensayar otra definición. Pero necesitamos dramatizar una vez más.

Viajemos a Estambul o Marrakech. En alguno de esos lugares donde todavía el regateo es uso y costumbre, media en las relaciones de intercambio. Estamos en el zoco, regateando con un tendero sobre el precio de algo. En pleno shock cultural. Completamente perdidos. Porque al fin y al cabo ¿como sabe uno lo que valen las cosas en sí?

«Fetichismo de la mercancía» es precisamente eso que añoramos. La ficción performativa de que las cosas poseen un valor objetivo.

Porque, podemos empezar a sacarle partido al concepto, se trata de una ficción, pero una ficción necesaria. Es condición y condiciona (esto es: performa) de las relaciones que caen bajo su dominio, y de la cosmovisión (la narración estructuradora de realidad) que de ellas emerge.

Con otro bagaje teórico podríamos decir que se encuentra incorporada (es decir: componiendo el cuerpo) en el inconsciente social.

Por eso Marx va a decir, precisamente (hila fino el maldito):

Al equiparar entre sí en el cambio como valores sus productos heterogéneos, equiparan recíprocamente sus diversos trabajos como trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen.

Marx, El Capital. Cap. I, 4 pág. 90

El valor, bajo la forma mercancía, «no lleva escrito en la frente lo que es. Por el contrario, transforma a todo producto del trabajo en jeroglífico social» (Cap. I, 4 pág. 90-91). Es decir, hace ininteligibles para sí las relaciones sociales sobre las que se funda.

Pero ¿después de todo? Si la cuestión del valor es el modo como torna «jeroglíficos» las relaciones sociales… Habiendo desentrañado dicho mecanismo de ocultación, lo que oculta, y las condiciones que hacen posible dicho mecanismo ¿no es ya romper el hechizo de la mercancía?

No es tan fácil. Nada lo es. Si. Y sin embargo el embrujo es persistente.

Porque este saber por sí sólo, es sólo condición de la transformación de la realidad. Vale (como valor de uso) en tanto señala el campo de transformaciones necesarias, pero no las realiza inmediatamente. Es necesario empalmar una máquina de saber con una máquina de intervención.

Última cita:

El descubrimiento científico ulterior de que los productos del trabajo,en la medida en que son valores, constituyen meras expresiones, con el carácter de cosas, del trabajo humano empleado en la producción, inaugura toda una época en la historia de la humanidad, pero en modo alguno desvanece la apariencia de objetividad que envuelve a los atributos sociales del trabajo.

Marx, Karl. El Capital. Cap. I, 4 pág. 90-91