Masa y poder: el placer de la multitud

Las revoluciones son los tiempos típicos de la inversión. Los que tanto tiempo estuvieron indefensos, de pronto enseñan los dientes. Su número debe compensar lo que les falta en experiencia de maldad.

Canetti, Elias. Masa y poder. 1983. Alianza Editorial. Madrid. p. 53

Hay algo fantástico, que sucede cuando uno forma parte de una masa, cuando con otros y otras compone una multitud.

Se entrelazan cuerpos y afectos, estos pierden sus habituales límites, se expanden los sentidos y parecen conformarse algunos nuevos. Un nuevo ritmo pauta los cuerpos, que desplaza al ritmo propio de cada una hasta componer la melodía de un cuerpo colectivo.

En esa experiencia de intersubjetividad se deshacen las formas habituales del yo, efecto de esa suma y multiplicación de cuerpos y afectos, de ese entrelazamiento y esa sincronización.

Esa es la magia que se produce en el interior de una multitud, al formar parte de una masa humana, que seduce y transforma a todos y todas las que alguna vez hemos sentido, de pronto, esa experiencia.

En la masa se intuye casi la existencia de un sujeto, compuesto por multitud de cuerpos y afectos. Colectivo. Sus dimensiones: colosales, excesivas, no aciertan a ser delimitadas con precisión.

Un juego mediático que no es muy conocido es el baile de cifras, con ocasión de las manifestaciones: la forma política de la masa por excelencia. En esto podemos ver sólo una guerra de comunicación: inflar o desinflar las cifras de participantes. Pero también nos permite quizás  intuir algo más, propio de la masa.

La multitud se reconoce y se siente como un cuerpo, saborea las pasione que a recorren y agitan, y deshacen la individualidad de quienes la componemos.

¿No son, quizás, todos esos conceptos -pueblo, clase, ciudadanía- instancias a politizar esa experiencia vivida?

¿A darle forma y tiempo más allá de ese momento en el que existe y se deshace? ¿A extenderla, consolidarla y cristalizarla?

En definitiva ¿a realizar la promesa de un sujeto que excede a los individuos y lo conforma en una nueva relación dentro de sí, a partir de la intuición que experimenta la masa de sí misma: que casi existe como sujeto?

Y sin embargo –drama– lo que cristaliza no es la masa misma, sino otra cosa, que es diferente de ella y no comparte sus propiedades: querer crecer siempre, reinar la igualdad en su interior, amar la densidad, necesitar una dirección (Canetti, Elias. Masa y poder. 1983. Alianza Editorial. Madrid. Las propiedades de la masa pp.23-24).

No encontramos más que la terquedad con la que la masa se niega a ser ella misma lo que anhelamos: que se constituya definitivamente en sujeto.

…los hombres, que de pronto se sienten iguales, no han llegado a serlo de hecho y para siempre. Vuelven a sus casas separadas, se acuestan en sus propias camas. Conservan su propiedad. No renuncian a su nombre. No repudian a los suyos; no escapan a su familia. Sólo en casos de cambios especiales y muy serios hay hombres que rompen vieja ataduras y contraen otras nuevas.

Ibid. p.13

Esa cesura: ese sujeto colectivo que casi llega a ser, intuido en la multitud, es uno de los campos propios de tematización y problemática de la política moderna y contemporánea.

Cristales de masa: you will never walk alone

 

Por cristales de masa designó pequeños y rígidos grupos de hombre, fijamente delimitados y de gran constancia, que sirven para desencadenar masas […] La claridad, el aislamiento y la constancia del cristal está en agudo e inquietante contraste con los agitados fenómenos en la masa misma. El proceso de crecimiento rápido e incontrolable y la amenaza de desintegración que confieren a la masa su particular inquietud, no están activos dentro del cristal […] La masa no tiene en común con el cristal más que su limitación y repetición regular. Pero en el cristal todo es límite; todos los que la integran están constituidos como límite. Por el contrario, a la masa cerrada se le coloca un límite por fuera…”

Ibid. Cristales de masa. pp. 69-70

Los fenómenos de masa son efímeros. Por su propia disposición están condenados, como el fuego que es su símbolo, a extinguirse. Aparecen, se extienden, viene el estallido, la descarga, y poco después, más tarde o más temprano, se disuelven.

Semejante intensidad no podría extenderse en el tiempo demasiado sin llegar a hacerse insoportable. Una excitación tan prolongada -como un orgasmo de durará demasiado- tiene, por su propia naturaleza, que ponerse fin a sí misma.

Pero semejante fenómeno no pasa sin dejar nada, y no pasa por nada. La espontaneidad de las masas no se confunde con su desorganización.

En algún punto comienza a arder la pradera.

Eso que cristaliza los fenómenos de masa -lo que deja- pero también eso que los produce, es designado por Canetti cristales de masa.

Son esos hombres -y mujeres debemos añadir- que: rompen vieja ataduras y contraen otras nuevas. Su función y su objetivo: producir y reproducir los estallidos de la masa.

Difícil pasaje del texto en el que Canetti desarrolla este concepto. Sin embargo en él podemos identificar la función de los agitadores.

No han de ser confundidos. Un uniforme o un determinado local de ejecuciones les resulta muy conveniente.

El cristal de masa es duradero. Nunca varía de tamaño. Sus integrantes han sido enseñados para su quehacer o convicción.

Ibid. p.69

A cada una, según nuestra trayectoria, la palabra agitador le convocará una imagen específica. Pero antes de echar mano de la imaginería del agit-prop político ¿No son los supporters en el mundo del fútbol -fenómeno de masas por excelencia de nuestro tiempo- el ejemplo más concreto de los cristales de masa -con todas las ambigüedades, además, inherentes a los fenómenos de masa-?

Se abren los tornos del estadio. Entramos solos o en escueta compañía. Pequeños grupos de amigos. Parejas de padres y madres con sus hijos e hijas. Lentamente el estadio comienza a llenarse. Punteado aquí y allá un mosaico de camisetas del equipo, bufandas.

En los fondos del grada se concentra -generalmente jóvenes, generalmente hombres- las hinchadas. Se les distingue entre el conjunto. Un densidad particular y una agitación anticipación de lo que puede ser les anima. Su particular animación, junto con su uniformidad: generacional, de estilo, pero también el uniforme -generalmente la equipación deportiva del club o el torso desnudo- con el que se distinguen y se reconocen, caracteriza a la hinchada, pero también delimita su espacio.

Armados con sus propias voces, pero también con toda la parafernalia que les permita elevar su voz: megáfonos, el mítico bombo, o las vuvuzelas del Mundial de Sudáfrica. Comienza el cántico. You’ll never walk alone. Cuarenta, cincuenta personas, al unísono. Comienzan a sumarse voces, desde los bordes de la hinchada, irradia hacia el resto del estadio.

En menos de un minuto casi todo el mundo en las gradas del equipo nos encontramos en pie, cantando juntos, vibrando juntas. Hayamos ido sólos o acompañados en nuestro reducido grupo, los límites de la sociabilidad que regían hasta el instante anterior saltan por los aires. Sentimos una familiaridad -un lazo- respecto de nuestros vecinos de asiento, inexistente minutos antes. Incluso con aquellos y aquellas, al otro lado del estadio, cuyas caras no podemos ni reconocer. Nos sentimos juntos y juntas. Al otro lado de la pantalla, quizás al otro lado del mundo, alguien nos siente y se siente con nosotros y nosotras. Somos juntos y juntas, al unísono, un equipo.

Quizás termine el cántico y los límites de la sociabilidad que nos son habituales se restituya, con la misma naturalidad con la que se disolvió, hasta que otro cántico, esta jugada o el esperado gol, los haga saltar de nuevo por los aires. Volvemos a casa, a nuestra familia, a nuestra vida cotidiana, y la experiencia será un bonito recuerdo del fin de semana.

Pero no así para los supporters. Trabajan, aman, como todos nosotras y nosotras, pero viven para ese momento. Conforme termina el partido, comienza a soñar, pensar y organizar el siguiente. Duran. Y esta duración es una de sus propiedades.

Incluso en los momentos de mayor agitación (de la masa) siempre se distinguen de ella. Cualquiera sea la masa, a la que da origen, y por mucho que parezca amalgamarse en ella, nunca perderá totalmente el sentimiento de su singularidad y tras la desintegración de la masa volverá a reunirse de inmediato.
Ibid. p. 69

El desprecio de cierta izquierda hacia el fútbol como espectáculo de masas-una concreción del desprecio que ejerce hacia lo popular- no es capaz de reconocer en el fenómeno que anima a los espectadores, el mismo sustrato de composición colectiva y actuación que caracteriza sus prácticas y sobre el que podría levantar la autoconstrucción de su proyecto político.