Desde el estallido de las plazas la exigencia democrática ha sido uno de los motivos centrales, sino el motivo fundamental, en torno al cual se han ordenado, de forma más o menos difusa, nuestras exigencias de transformación política y social.
No obstante, bajo el lema más democracia, hay una multitud de exigencias, de reclamaciones, que si bien se dirigen hacia un mismo objeto, la democratización de la vida, el control por parte de la participación ciudadana de los aparatos de poder, se distinguen en los modos en los que pretenden realizarse, en los lugares hacía los que se dirigen sus críticas, y las consecuencias práctico-políticas que de ellas se derivan.
En general de la exigencia democrática podemos distinguir tres versiones o, más propiamente, tendencias.
1. Una tendencia que no polemiza con el orden democrático representativo en sus fundamentos de derecho, antes bien al contrario, lo defiende en sus fundamentos básicos, ensalzandolo en una suerte de “perdida”, ya bien por la corrupción generalizada de la clase política, y/o el bipartidismo, y/o el devenir general del desmantelamiento del Estado-nación en el contexto de la UE y el orden internacional (FMI, OMC…). Suele afirmarse como una reclamación de retorno a un orden anterior no corrompido, y/o como exigencia de renovación del escenario político.
2. Una tendencia que polemiza o no con el orden democrático representativo; o lo hace en diversos grados; pero coincide en concentrar el grueso de su crítica en la afirmación de la incapaz del mismo para satisfacer efectivamente la exigencia de participación de los representados; que él mismo pretende afirmar como fundamento de legitimidad; a través de los mecanismos de representación actualmente existentes. Suele afirmarse como una exigencia de implementar mecanismos efectivos de participación ciudadana al margen del vehículo partido.
3. Una tendencia que polemiza con los fundamentos (jurídicos, político-filosóficos) del orden democrático representativo, más en concreto contra la idea misma de representación como aparato de captura, secuestro o alienación de la soberanía popular. Suele afirmarse como una exigencia de transformación radical del orden político, de refundación de la democracia bajo nuevos fundamentos de derecho y/o como exigencia de implementar mecanismos efectivos de participación directa de la ciudadanía en la toma política de decisiones y en el control de aquellos y aquellas encargadas de realizarlas.
Como es obvio (desde los años 80 por lo menos es obligatorio realizar esta aclaración tantas y en tantos lugares como sea preciso hacerlo) estas tres tendencias no son puras, no se encuentran a menudo tan claramente distinguidas entre sí, incluyen diversas sub-tendencias en su interior, en muchos casos igualmente contradictorias, y establecen entre sí diversas relaciones, espacios de contacto y formas de transición.
Más en concreto la segunda y la tercera tendencias enunciadas entre sí, que cualquiera de ellas (incluso la segunda) con la primera.
De esta es necesario señalar que si fue un lugar de enunciación fuerte en el primer momento de estallido del movimiento en las plazas; incluso la forma general de exigencia democrática que cobro fuerza en las primeras semanas; es más bien residual entre los núcleos militantes que se han ido conformando después de la primera oleada. No obstante es obvio que esta profundamente enraizado en el sentimiento general de amplias porciones de la población. Independientemente incluso de su posicionamiento y/o actividad política.
De hecho, y a modo de apunte, la diferencia política entre esta elaboración de la exigencia democrática y las que se dan cita mayoritariamente entre los núcleos activistas, pueden ser una fuente de extrañamiento entre estos y la gente a la que pretenden dirigirse sino somos capaces de elaborar formas de comunicación en las cuales, partiendo de aquella, se deriven, de forma convincente, las consecuencias políticas que llevan a afirmar las otras versiones.
Hasta la fecha actual las diferencias intrínsecas entre las tres tendencias no han llegado a cristalizar (excepto quizás, aunque sólo sea un acontecimiento periférico al conjunto del movimiento, como una de las razones de fondo en la escisión ADRY-Redes DRY). Se ha manifestado sin duda, aunque sin virulencia, en aquellos espacios -asambleas, reuniones, foros, artículos…- en los cuales la cuestión ha podido tratarse con cierta profundidad las formas soñadas de realización de la exigencia democrática.
Se puede intuir que, si ciertamente, dichas diferencias no han llegado a cristalizar, ni siquiera a aflorar apenas en la superficie, es por que tampoco ha existido razón para ello.
El lema difuso más democracia ha funcionado hasta ahora, y esperamos que pueda seguir siendolo, un paraguas aglutinador donde todas podíamos sentirnos a gusto, llenando con los contenidos particulares de nuestra visión las imágenes en los cuales se traduce él mismo.
Al mismo tiempo, si no ha habido razones para ello, es por cuanto un debate de tales características sólo puede tener sentido en el punto en la exigencia democrática ya no es sólo un horizonte, más o menos difuso, y la madurez política de los movimientos es capaz de auto-elucidar su propia necesidad y exigencias de forma concreta. Elaborando programas y propuestas que explicitan el modo donde cobra cuerpo material el deseo de transformación que contiene (¿que es ganar? y ¿como se gana?).
Y este momento ha llegado.
La exigencia democrática ha cobrado cuerpo y fuerza, transformándose en exigencia constituyente.
En este contexto, en el que ahora nos sumergimos, las diferencias implícitas que señalábamos entre las distintas versiones o tendencias en los que se manifestaba la exigencia democrática, van a hacerse necesariamente explicitas, como diferencias de planteamiento y modelo en lo que supone la realización de la exigencia constituyente.
En este contexto, decíamos, las diferencias van necesariamente a aflorar.
No sólo.
Las diferencias deben aflorar.
En primer lugar, porque, en cuanto se mantengan de forma implícita, por debajo del discurso, sólo son una fuente de hostilidad, de incomprensión mutua.
Sólo explicitándolas es posible transformarlas en objeto de amistad.
La madurez política del movimiento debe jugarse necesariamente en la habilidad con la que es capaz de tomar las diferencias que lo habitan como objeto de elaboración política. Ser felizmente consciente de aquello que nos diferencia y de los cauces y mecanismos de negociación y gestión de las diferencias.
En segundo lugar, por cuanto no debemos temer estas diferencias como fuente de separación (sólo la gestión irresponsable de las mismas puede llevarnos a esto). Debemos ser conscientes que el objetivo político de apertura de un proceso constituyente participativo, es el único marco posible donde el debate entre modelos, razones y formas de realización de la exigencia democrática, tiene sentido de forma efectiva (es decir, de forma que toque la realidad, que se traduzca en consensos reales, en formas concretas en auto-gobierno).
Mientras tanto, muy a pesar nuestro, y más allá del interés que tiene, sólo es literatura.
Estamos todas juntas en esto. Nuestro objetivo es común: hacer posible que, por primera vez en este pais (quizás en el mundo) sea posible una autentica discusión colectiva; capaz de traducir en instituciones concretas; donde las diferentes ideas de felicidad y sus mundos encuentren el cauce para convivir democráticamente, esto es se dotan de los mecanismos de regulación capaces de garantizar su mutua existencia de forma pacifica.
En tercer lugar, porque intuyo, que sólo podremos llegar a ese punto, si somos capaces de negociar nuestras diferencias y hacer fuerza a partir de ellas. Porque sea como sea la arquitectura institucional; si llegamos a lograrlo; que tenga como resultado un proceso constituyente, necesariamente todas tenemos algo que aportar, y todas tendremos que saber como hacernos sentir a gusto en el resultado.
Entre otras muchas cosas, porque si somos capaces de elaborarlo, el debate entre las diversas tendencias, es constructivo para todas, por cuanto expone los límites de cada una, y hace posible realizar una síntesis constructiva.
Por ejemplo.
Ciertamente, hay que convenir con la primera tendencia que hay muchos elementos del antiguo orden (especialmente en lo que corresponde a la afirmación de un conjunto básico de derechos y medios de garantía) que deberían ser salvados y protegidos de una forma en que actualmente no existe. Lo cual lleva a convenir, con las otras tendencias, que asegurar tal protección implica necesariamente desarrollar mecanismos de control actualmente inexistentes. Que salvar lo que del antiguo orden es posible ensalzar, sólo es posible mediante un profunda transformación de su arquitectura existente.
Por ello con los críticos que polemizan con los fundamentos del orden representativo (independientemente de la versión que afecte) es necesario convenir también que sin duda, no es oro todo lo que reduce, que la estructura sobre la que se levantaba el antiguo orden, hacia posible (y efectuaba sin duda) la expropiación presente.
La versión que exige formas de democracia directa puede, con mucha razón, señalar que, no es suficiente, para garantizar de forma efectiva el control democrático por parte de la ciudadanía soberana, desarrollar solamente prótesis de participación en torno al entramado representativo. Que lo que este no es capaz de realizar, de modo alguno, es la realización efectiva de la soberanía por parte de la ciudadanía de la cual afirma que la posee. Y que desarrollar los mecanismos de garantía de dicha realización exige transformaciones radicales, profundas, de la actual arquitectura institucional.
Pero también deberán admitir que complejidad del orden del mundo que heredamos es tal, que hace sumamente difícil gestionar muchos de los aspectos de su funcionamiento, de forma directa y constante por el conjunto de la ciudadanía, que hace necesaria la delegación. Que más bien sería necesario implementar diversos mecanismos de participación directa e indirecta según escalas, siempre que sea posible garantizar el control por parte de los representados de las acciones de los representantes.
Estas son sólo algunas pinceladas de un debate posible.
Corresponde a la habilidad del movimiento desarrollarlo y ampliarlo de tal forma que sea capaz de, a través suyo, fortalecerse.
Raúl Royo
Zaragoza, 14 de septiembre de 2012
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